¿Cómo habría resuelto Sancho Panza un conflicto sin la ley del sí es sí?
Pues en el Quijote tenemos una referencia:
Luego, acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer asida
fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual
venía dando grandes voces, diciendo:
-¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra,
la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal
hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha
aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y,
¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado
más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y
cristianos, de naturales y estranjeros; y yo, siempre dura como
un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa
en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen
hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.
-Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos
este galán -dijo Sancho.
Y, volviéndose al hombre, le dijo qué decía y respondía a la
querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:
-Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y
esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho,
cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco
menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el
camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y
todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente,
y ella, mal contenta, asió de mí, y no me ha dejado hasta
traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el
juramento que hago o pienso hacer; y ésta es toda la verdad,
sin faltar meaja.
Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún
dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el
seno, en una bolsa de cuero.
Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la
querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y, haciendo
mil zalemas a todos y rogando a Dios por la vida y salud del
señor gobernador, que así miraba por las huérfanas
menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado,
llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero
miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.
Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le
saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su
bolsa:
-Buen hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque
no quiera, y volved aquí con ella.
Y no lo dijo a tonto ni a sordo, porque luego partió como un
rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban
suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco
volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la
vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la
bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible,
según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:
-¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor
gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste
desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me
ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.
-Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.
-¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar
la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos
me han de echar a las barbas, que no este desventurado y
asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no será
bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones:
antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!
-Ella tiene razón -dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin
fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para
quitársela, y déjola.
Entonces el gobernador dijo a la mujer:
-Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.
Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y
dijo a la esforzada y no forzada:
-Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado
para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos,
para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os
hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no
paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so
pena de docientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera,
desvergonzada y embaidora!
Espantóse la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el
gobernador dijo al hombre:
-Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro
dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que
no os venga en voluntad de yogar con nadie.
El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los
circunstantes
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quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su
nuevo gobernador.
Sacado de: don Quijote de la Mancha de don Miguel de Cervantes
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